UNA DEVOCIÓN QUE NOS HACE MUCHO BIEN:
LA DEVOCIÓN A SAN JOSÉ
La experiencia
enseña que quién vive junto a un horno que tenga altísima temperatura
necesariamente se conserva con mayor calor que los que están retirados
del fuego, y que una tela que se adhiere a un perfume finísimo adquiere
también su suave aroma. San José vivió durante muchos años junto al más
alto horno de caridad que ha existido en la tierra que es Jesucristo, y
junto a la Madre de Dios que siempre ardió en amor hacia Nuestro Señor y
en caridad hacia los demás. Y nadie como ellos dos ha exhalado tan
exquisito perfume de santidad. Por eso necesariamente San José tuvo un
altísimo grado de amor a Dios y de caridad hacia el prójimo y se
contagió con la santidad de Jesús y María. Imposible que quien se acerca
a un grande incendio no participe del calor de sus llamas. ¿Y qué mayor
llama de amor sobrenatural puede haber que el que ardió en los
corazones de Jesús y María? Y José estuvo allí junto a ellos mucho
tiempo.
Cuando Dios confiere a una persona una responsabilidad especial le
concede por justicia las cualidades que necesita para ejercer el oficio
que se le ha encomendado. Y a San José le encomendó Nuestro Señor la altísima responsabilidad de ser el custodio de los dos más grandes tesoros que
el Creador ha enviado a este mundo: El Hijo de Dios y la Madre del
Redentor. Por lo tanto sin duda alguna le concedió al Santo Patriarca
todas las excelsas cualidades que necesitaba para una responsabilidad
tan delicada e inmensa.
Intervenciones admirables.
Son muchas las maravillas que se cuentan acerca de las intervenciones
que este gran santo ha hecho a favor de quienes se le encomiendan con
fe. Concede ayudas en lo espiritual y en lo material; consigue luces e
iluminaciones del cielo para poder resolver problemas y dificultades, y
se convierte en un magnífico director invisible para enseñar a orar y a
meditar. Si alguien no tiene quien le enseñe a orar y a meditar que se
encomiende a este poderoso santo y verá resultados que superan todo lo
que esperaba.
Cristo le demuestra su gratitud.
Si Nuestro Señor concede tantísimos favores a sus devotos por
intercesión de los demás santos, por haberle sido ellos tan fieles en
esta tierra y haberle demostrado tanto amor, ¿cuántos más favores
concederá por intercesión del que por 30 años se dedicó día y noches a
atender, proteger, ayudar, amar y hacer felices a Jesucristo y a su
Santísima Madre? Jesús que es el mejor de los hijos ¿podrá dejar de
recompensar eternamente a este padre adoptivo suyo que no hizo sino
amarlo e interesarse por él en esta tierra? Cristo tiene en el cielo las
mismas cualidades que tenía en la tierra. Y aquí amó y apreció
inmensamente a San José. Por lo tanto en el cielo lo sigue amando y le
concede cuánto le pida para nosotros.
Un favor especial.
Santa Brígida y San Bernardino se Siena propagaron mucho la devoción a
San José, y estos dos santos recomendaban que le pidamos a tan amable
Patrono una gracia muy especial: que nos enseñe a amar a Jesús como él lo amo.
Algo digno de envidiar.
San Juan evangelista recostó su cabeza sobre el Corazón de Cristo en la
Última Cena. Esto es algo que merece una santa envidia. Pero San José
tuvo a Jesús niño sobre su corazón muchas veces, en sus brazos por mucho
tiempo y en su casa hasta los 30 años. Que felicidad digna de santa
envidia.
Agradable experiencia.
Al tratar con personas fervorosas se logra constatar que no se
encuentra alguien que le tanga devoción a San José y le demuestre que
sí lo ama y confía en él, y que no aproveche y crezca en la virtud. Son
asombrosos los favores que se reciben encomendándose a él y los peligros
de que se logra librar. Basta hacer la experiencia de rezarle con
devoción, y pronto se nota cuán provechosa es esta devoción. Otros
santos tienen especialidad para ayudar en determinados asuntos, pero a
San José le ha concedido Dios la especialidad para ayudar en toda clase
de problemas. Los santos son grandes porque obedecieron a Cristo. San
José es grande porque Cristo le obedeció a él.
Gran santidad.
El evangelio dice que San José era ya justo antes de casarse. ¿Cuánto
más santo llegaría a ser al vivir junto a la más santa de las mujeres y
al que es santísimo por excelencia Cristo Jesús? San José: pídele a
Jesús y María que nos conceda la gracia de amarlos a ellos como tú los
amaste, y de lograr llegar a ser santos. Amén.
Tomado del Libro: "El combate espiritual" (cap. 46), P.Lorenzo Scúpoli.
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