MATRIMONIO DE JOSÉ Y
DE MARÍA
Lo
primero que debemos tener en cuenta es que fue un verdadero matrimonio, a pesar
de que nunca hubo entre ellos relación carnal. El Espíritu Santo reconoce en el
Evangelio: José, esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt
1, 16). José era verdadero esposo de María y entre ellos había un verdadero
matrimonio. Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto San Agustín como
Santo Tomás de Aquino, la ponen siempre en la indivisible unión espiritual, en
la unión de los corazones, en el consentimiento, elementos que en aquel
matrimonio se han manifestado de modo ejemplar. En el momento culminante de la
historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el
don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en
plena libertad el don esponsal de sí, al acoger y expresar tal amor. Dice
San Agustín: María pertenece a José y José a María, de modo que su
matrimonio fue verdadero matrimonio, porque se han entregado el uno al otro.
Pero ¿en qué sentido se han entregado? Ellos se han entregado mutuamente su
virginidad y el derecho de conservársela el uno al otro. María tenía el derecho
de conservar la virginidad de José y José tenía el derecho de custodiar la
virginidad de María. Ninguno de los dos puede disponer y toda la fidelidad de
este matrimonio consiste en conservar la virginidad.
San Agustín, considerando que San Mateo escribe la
genealogía de los antepasados de Jesús a partir de José, descendiente de David,
dice que Dios reconoce que fue un verdadero matrimonio; pues, de otra manera,
nunca hubiera sido posible llamar a Jesús, hijo de José. Y dice: Jesús fue
considerado en la genealogía de José para que los fieles no considerasen tan
importante en el matrimonio la unión de los cuerpos, como para no creerse
esposos sin esa unión corporal... Con este ejemplo, viene magníficamente enseñado
a los fieles esposos que también, practicando la continencia de común acuerdo,
el matrimonio puede permanecer como tal si se conserva el afecto, aunque no
haya unión sexual.
El Papa León XIII dijo en la encíclica Quamquam pluries de
agosto de 1889: El matrimonio es la máxima sociedad y amistad, a la que por
su naturaleza va unida la comunidad de bienes. Dios le ha dado José a María, no
sólo como compañero de vida sino también como testigo de su virginidad. Y
como decía Juan Pablo II: Precisamente, del matrimonio con María es de donde
derivan para José su singular dignidad y sus derechos sobre Jesús. Es cierto
que la dignidad de la Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más
sublime; pero, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo
conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad por la que la Madre de
Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro.
Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad... se sigue que Dios ha
dado a José como esposo a la Virgen no sólo como compañero de vida, testigo de
su virginidad, sino también para que participase por medio del pacto conyugal
en la excelsa grandeza de ella. José y María unieron sus corazones como
dos estrellas que no se enlazan nunca, mientras que sus rayos luminosos se
entrecruzan en el espacio. Fue un matrimonio parecido a lo que sucede en la
primavera entre las flores, que juntan sus perfumes, o a dos instrumentos
musicales que juntan sus melodías al unísono, formando una sola... Su
matrimonio era necesario para preservar a la Virgen de cualquier sospecha,
mientras le llegase el momento de revelar el misterio del nacimiento de
Jesús... A mi parecer, San José debió ser, al casarse con la Virgen, un hombre
joven, fuerte, viril, atlético, bien parecido y casto; un prototipo del hombre,
que puede verse hoy en una pradera apacentando un rebaño o piloteando un avión
o en el taller de un carpintero. Y no un impotente anciano, sino un hombre
rebosante de vigor juvenil; no un fruto seco, sino una flor lozana y llena de
promesas; no en el ocaso de la vida, sino en el amanecer, derrochando energía,
fuerza y amor. ¡Cómo se agigantan las figuras de la Virgen y de san José,
cuando deteniéndonos en el examen de su vida, descubrimos en ella el primer
poema de amor! El corazón humano no se conmueve ante el amor de un viejo por
una joven; pero ¿cómo no admirarse profundamente del amor de dos jóvenes unidos
por un vínculo divino? María y José llevaron a su boda no sólo su voto de
virginidad, sino también dos corazones llenos de un gran amor, más grande que
cualquier otro amor que corazón humano haya podido nunca contener. Ninguna
pareja de casados se ha querido nunca tanto...
Como dijo el Papa León XIII: Su matrimonio fue consumado con
Jesús. María y José se unieron con Jesús; María y José no pensaron más que en
Jesús. Amor más profundo ni lo ha habido ni lo habrá ya nunca en esta tierra.
San José renunció a la paternidad de la sangre, pero la encontró en el
espíritu, porque fue padre adoptivo de Jesús. La Virgen renunció a la
maternidad y la encontró en su propia virginidad.
Si quieren imitar un verdadero amor de forma diferente y de forma sublime, lo encontramos en María y José, dos creaturas de Dios que desde la grandeza divina se compenetran para loar gloria a Dios en su hijo Jesús, desde el ser espiritual y no carnal.
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