Yo quiero ser como José
A mí me gusta imaginarme a José como lo que era, un
hombre de carne y hueso. Joven, impetuoso, trabajador, buen judío,
humilde y muy enamorado de María. Aparentemente un hombre como uno de
tantos. Lo verdaderamente sorprendente es que los santos son así de
normales. José lo era. Como María, él fue descubriendo paulatinamente su
papel peculiar en la historia de la salvación del mundo. Desde el
principio supo qué quería Dios de él: que fuera el padre adoptivo de
Jesús, el Mesías. Por nuestra experiencia sabemos que una cosa es que te
digan lo que son las cosas y otra distinta que uno lo comprenda. Sólo lo que se vive se comprende. Y José, como María, comprendió su tarea a medida en que la ejercía.
Me pongo en la piel de ese joven impetuoso que supo que
su mujer estaba encinta. Observémoslo después del sueño. Me pregunto
cómo se sentiría. Nosotros, muy dados a creer que los grandes hombres se
comportan siempre con decidida seguridad, pensamos que San José sabe
cuál es su destino y actúa como padre del Niño Dios con la firmeza y
dulzura que los artistas representan. Pues no.
José probablemente se sintió abrumado. Como nos
hubiéramos sentido nosotros. Acaso incluso fastidiado: en un momento
supo frustrados sus planes de joven judío, esposo de una bella mujer con
la que deseaba tener hijos. Su vida cambió. A partir de ese momento la
vida de José no era suya, sino la de ese Niño que debía nacer.
La figura de San José es portentosa. Y si me piden el
nombre de un santo, no lo dudo: José, el padre terrenal de Jesús. Es
único. Él nos acerca al Señor de un modo único, especialmente para un
laico.
Al joven José no se le ahorró absolutamente ninguna
penuria humana. Como cualquier otro tuvo que trabajar para alimentar a
su familia. Como cualquier padre estuvo al punto de las necesidades.......
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