martes, 21 de febrero de 2012





 San José
LA VIDA DE SAN JOSÉ

José nació probablemente a Belén, su padre se llamó Jacob (Mateo 1,16) y parece que era el tercero de seis hermanos. La tradición nos transmite la figura del joven José como un muchacho de mucho talento y un temperamento humilde, dócil y devoto.

José era un carpintero que vivía en Nazaret. Según la tradición, cuando tenía alrededor de treinta años, fue convocado por los sacerdotes al templo, con otros solteros de la tribu de David, para tomar esposa. Los sacerdotes ofrecieron a cada uno de los pretendientes una rama y comunicaron que la Virgen María de Nazaret habría de casarse con aquel cuya rama desarrollase un brote. "Y saldrá una rama de la raíz de Jesse, y una flor saldrá de su raíz" (Is. 11,1). Sólo la rama de José floreció y de ese modo fue reconocido como novio destinado por el Señor a la Santa Virgen.

Maria, a la edad de 14 años, fue dada en esposa a José, sin embargo ella siguió viviendo en la casa de su familia de Nazaret de Galilea por un año, el tiempo requerido por los Hebreos entre el casamiento y la entrada en la casa del esposo. Fue precisamente en este lugar donde María recibió el anuncio del Ángel y aceptó: "He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra." (Lc. 1,38).

Ya que el Ángel le había avisado de que Isabel estaba embarazada (Lc. 1,39), pidió a José que la acompañara a casa de su prima en los últimos tres meses de embarazo de aquella. Tuvieron que realizar un largo viaje de 150 Km ya que Isabel residía en Ain Karim, Judea. María permaneció cerca de Isabel hasta el nacimiento de Juan Bautista.

A su regreso de Judea, María puso a su esposo frente a una maternidad que no podía explicar. Muy inquieto, José combatió contra la angustia de la sospecha y pensó hasta en dejarla y huir secretamente (Mt. 1,18) para no condenarla en público, pues era un esposo justo. Si María era considerada adúltera la ley senenciaba que fuera lapidada junto con su hijo, fruto del pecado. (Lev. 20,10; Deut. 22,22-24).

José estaba a punto de actuar así cuando un Ángel le apareció en sueños para disipar sus temores: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque el hjo que espera es obra del Espíritu Santo" (Mt. 1,20). Todas sus turbaciones desaparecieron y José apresuró la ceremonia de fiesta de entrada de su esposa en su casa.

Un edicto de César Augusto ordenaba el censo de toda la tierra (Lc. 2,1). José y María partieron hacia la ciudad de origen de la dinastía, Belén. El viaje fue muy fatigoso por el estado de María, próximo a la maternidad.

Belén en aquellos días estaba lleno de extranjeros y José buscó en todas las posadas un lugar para su esposa, pero las esperanzas de hallar una buena acogida se frustraron. María dio a luz a su hijo en una gruta del campo de Belén (Lc. 2,7) y algunos pastores acudieron para visitarla y ayudarla (Lc. 2,16).

La ley de Moisés prescribía que la mujer, después del parto, fuera considerada impura y permaneciera 40 días segregada si había dado a luz un niño y 80 días si era una niña. Después tenía que presentarse al templo para purificarse legalmente y hacer un ofrecimiento, que para los pobres se limitaba a dos tórtolas o dos pichones. Si el niño era primogénito, él pertenecía a Dios, según la Ley. Al tiempo de la purificación fueron al Templo para ofrecer su primogénito al Señor. En el Templo encontraron al profeta Simeón que anunció a María: "una espada de dolor te atravesará el alma" (Lc. 2,35).

Llegaron los magos de oriente (Mt. 2,2) que buscaban al recién nacido, Rey de los Judíos. Teniendo conocimiento de esto, Herodes se preocupó mucho y trató por todos los medios saber dónde estaba para hacerlo desaparecer. Los Magos hallaron al niño, lo adoraron y le ofrecieron sus regalos, dando un alivio a la Sagrada Familia.

Cuando ellos partieron, un Ángel del Señor se le apareció a José y lo exhortó a huir: "Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para matarlo" (Mt. 2,13).

José se levantó, aquella misma noche tomó al niño y a su madre y partió hacia Egipto (Mt. 2,14 ) para emprender un viaje de unos 500 Km. La mayor parte del camino fue por el desierto, invadido de serpientes y muy peligroso a causa de los bandidos. La Sagrada Familia tuvo que vivir la penosa experiencia de ser prófuga, lejos de su tierra, porque así se cumplía cuanto había dicho el Señor por medio del Profeta (Os XI,1): «Llamé de Egipto a mi hijo» (Mt. 2,13-15).

Inmediatamente después de la muerte de Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel, porque ya han muerto los que querían matar al niño» (Mt 2,19-20). José se levantó, tomó al niño y a su madre, y volvieron a la tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao gobernaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Conforme a un aviso que recibió en sueños, se dirigió a la provincia de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado Nazaret. Así había de cumplirse lo que dijeron los profetas: «Lo llamarán "Nazareno"» (Mt.2,19-23).

Los miembros de la Sagrada Familia iban a Jerusalén cada año por la fiesta de Pascua. Cuando Jesús tenía 12 años hicieron lo mismo. Pasados los días de fiesta, emprendieron el camino del regreso creyendo que el pequeño estaba en la comitiva. Pero cuando se dieron cuenta de que no estaba con ellos, empezaron a buscarlo afanosamente y, después tres días, lo hallaron de nuevo en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Sus padres se emocionaron mucho al verlo. Su madre le dijo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos" (Lucas 2,41-48).

Pasaron otros veinte años de trabajo y de sacrificio para José siempre cerca de su esposa, y murió poco antes de que su Hijo empezara la predicación. No vio la pasión de Jesús sobre el Gólgota probablemente porque no hubiera podido soportar el atroz dolor de la crucifixión de su Hijo tan amado.

PADRE TERRENO

José fue el padre terreno de Jesús y, como tal, tuvo que cubrir las necesidades de la familia, proteger y criar a su hijo adoptivo, siempre dispuesto a satisfacer la voluntad de Dios conociendo, en parte, algunos de sus designios.

Se prodigó mãs allã de lo humano para que nada le hiciera falta a su familia y, como padre, para enseñar las cosas de la vida a su hijo, porque Él, como un niño cualquiera, tenía que ser sumiso a la voluntad paterna. Dios no le asignó a un padre cualquiera, sino a un alma pura, que fuera sostén de una cãndida esposa y de un Dios encarnado.

Muchos han subestimado su misión. No discutió nunca las órdenes impartidas en el sueño o a través de los mensajeros de Dios, sino que las ejecutó fielmente, aunque estas implicaban abandonar todo lo que había conseguido hasta ese momento --las amistades, los haberes y la seguridad social-- para afrontar lo desconocido.

Su fe era tal que no albergó dudas o incertidumbres, fue a donde Dios lo enviaba, con su carga, con sus tesoros constituidos por una delgada madre y un recién nacido que luego se fue haciendo niño. Como padre, no se opuso, sino que, conociendo la Divina Voluntad, cuidó, acompañó y, en su ãnimo ardiente, bendijo a su Hijo, a fin de que anunciara la Palabra y se cumplieran en el mundo los designios del Padre.

Fue un trabajador modelo, un ejemplo admirable. Llevó a la familia sobre un navío certero y supo guiarla hacia playas y puertos seguros, incluso cuando las aguas eran tumultuosas. Supo ser un digno compañero de su esposa y se amaron con sentimientos tan puros que encantaron a los Ángeles del cielo.
A todos los padres le exhorto a extraer enseñanza de este hombre que supo construir una familia humana. Aplicó a ella todas las virtudes de que era capaz con su alma ardiente de amor. Solo el amor y la fe le permitieron, en el camino de su vida, superar notables obstáculos y ofrecer tanta delicadeza humana a su alegre niño que tanto adoraba.

Muchos subestiman la importancia que tuvo San José en los proyectos de Dios. Pero ¿podía Dios confiar a una alma cualquiera la responsabilidad de ser padre terreno? ¿O bien en su omnisciencia escogió a un alma predestinada? Ya en el cielo le asignó el puesto que le competía.

Apelemos pues tranquilamente a este Santo, a fin de que pueda interceder por nosotros en todas nuestras necesidades. Por su fidelidad y por su amor le han sido dadas las potestades de intersecesión y de gracia para todas nuestras necesidades. Sea para nosotros un modelo constante.

Si como padres de familia supieramos caminar tras sus huellas, podríamos alegrarnos porque nuestra familia sería mirada benignamente desde el cielo, la gracia y la bendición bajaría sobre nosotros y sobre nuestra familia. Seríamos modelos de rectitud inflamados de amor, no sólo por nuestra familia, sino por todos aquellos que se tambalean, se desesperan y necesitan apoyarse en ejemplos coherentes.

En la familia confiemonos a él,  pidamosle apoyo y recemos, a fin de que atraigamos hacia nosotros las virtudes necesarias para nuestra salvación.


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