jueves, 22 de marzo de 2012

San José y los Santos




San José en Palabras de algunos Santos:

 

Decía San Efrén (306-372): Nadie puede alabar dignamente a José.





 


San Juan Crisóstomo (+407) afirma con relación a San José: No pienses, oh José, que por haber sido concebido Cristo por obra del Espíritu Santo, puedes tú ser ajeno a esta divina economía. Pues, aunque es cierto que no tienes parte alguna en su generación y la madre permanece Virgen intacta, sin embargo, todo cuanto corresponde al oficio de padre, sin que atente en modo alguno contra la virginidad, todo te es dado a ti. Tú le pondrás el nombre al hijo, pues tú harás con él las veces de padre. De ahí que, empezando por la imposición del nombre, te uno íntimamente con el que va a nacer.


 
Santa Brígida (+1373), la gran mística, en sus Revelaciones, dice que un día le dijo la Virgen María: José me sirvió tan fielmente que jamás oí de su boca una sola palabra de lisonja ni de murmuración ni de ira, pues era muy paciente, cuidadoso en su trabajo y, cuando era necesario, suave con los que reprendía, obediente en servirme, pronto defensor de mi virginidad, fidelísimo testigo de las maravillas de Dios. Igualmente, estaba tan muerto al mundo y a la carne que no deseaba más que las cosas celestiales.



 


San Francisco de Sales escribía a Santa Juana de Chantal el 19 de marzo de 1614: San José es el santo de nuestro corazón, el padre de mi vida y de mi amor.






 

San Leonardo de Puerto Maurizio (+1751) decía: Honrad a Jesús, José y María. Grabad en vuestro corazón con letras de oro esos tres nombres celestiales, pronunciadlos a menudo, escribidlos en todas partes. Repetid, muchas veces al día esos nombres sagrados, y que estén también en vuestros labios en el último suspiro.





San Alfonso María de Ligorio (+1787) escribió: Oh José, me alegro, porque Dios os ha juzgado digno de ser padre de Jesús y habéis visto someterse a tu autoridad al que obedecen los cielos y la tierra. Dios ha querido obedeceros. Por eso, yo quiero ponerme a tu servicio, honraros y amaros como mi Señor y Maestro.





San Juan Bosco según se nos cuenta en sus Memorias biográficas, era muy devoto de san José. Lo eligió como uno de los patronos del Oratorio, colocó a los alumnos artesanos bajo su protección y lo proclamó protector de los exámenes de los estudiantes. A él recurría en sus apuros y exhortaba a los demás a invocarlo. Varias veces al año, hablaba en la plática de la noche sobre la eficacia de su intercesión, hacía celebrar la fiesta del patrocinio de san José el tercer domingo después de Pascua y solía preparar a los alumnos con breves charlas llenas de fervor. Los jóvenes santificaban el mes dedicado a este santo en la Iglesia, individualmente o por grupos libres, pues no había prescripción reglamentaria, pero era tan grande la devoción que les había inspirado que casi todos tomaban parte en aquella piadosa práctica. Don Bosco quiso siempre que hubiese un altar dedicado a san José en todas las iglesias que él levantó. Tuvo una gran alegría y exteriorizó su contento, cuando el Papa Pío IX lo proclamó patrono de la Iglesia universal; y estableció en 1871 que, en todas sus casas, lo mismo los estudiantes que los aprendices, debían celebrar su fiesta el diecinueve de marzo, guardando completo descanso de todo trabajo, pues por aquellos años el diecinueve de marzo no era día festivo.
En 1859 daba Don Bosco una prueba de su constante devoción a san José, añadiendo en el devocionario “El joven cristiano” una práctica piadosa, memoria de los siete dolores y gozos de san José; una oración al mismo santo para obtener la virtud de la pureza y otra para impetrar una buena muerte con hermosas canciones religiosas en su honor.
 Y Don Bosco contaba lo siguiente: Hace pocos años, un pobre muchacho de Turín, que no había recibido ninguna instrucción religiosa, fue un día a comprar una cajetilla de tabaco. Al volver donde su compañeros, quiso leer la parte impresa en el envoltorio del tabaco. Era una oración a san José para obtener la buena muerte... Tanto la estudió que se la aprendió de memoria y la rezaba cada día, casi materialmente, sin intención alguna de alcanzar ninguna gracia.
San José no quedó insensible ante aquel homenaje, en cierto modo involuntario; tocó el corazón del pobre joven, se presentó a Don Bosco y él le proporcionó la inestimable fortuna de llevarlo a Dios. El joven correspondió a la gracia, tuvo oportunidad de instruirse en la religión que había descuidado hasta entonces por ignorarla y pudo hacer bien su primera comunión. Al poco tiempo, cayó enfermo y murió, invocando el nombre de san José, que le había obtenido la paz y el consuelo de aquellos últimos momentos.


 


Santa Teresita del Niño Jesús dice en su Autobiografía: Rogué a san José que fuese mi custodio. Desde mi infancia había sentido hacia él una devoción que se confundía con mi amor a la Santísima Virgen. Con esto emprendí sin miedo mi largo viaje. Iba tan bien protegida que me parecía imposible tener miedo.




Santa Bernardita Soubirous, la vidente de la Virgen en Lourdes, era muy devota de san José. Cuando murió su padre en 1870, escogió a san José como su padre en la tierra. Un día, una hermana la sorprendió rezando una novena a la Virgen delante de una imagen de san José, y le dijo que eso estaba muy mal, porque debía rezar la novena delante de la imagen de la Virgen. Pero ella le respondió:

- La Santísima Virgen y san José están perfectamente de acuerdo y en el cielo no hay celos ni envidias.

Un día de 1872, se fue a hacer una visita a la iglesia y les dijo a las hermanas de la enfermería:
- Voy a hacer una visita a mi padre.
- ¿A vuestro padre?
- Sí, ¿no sabéis que ahora mi padre es san José?
Y decía: Cuando no se puede rezar, es bueno encomendarse a san José.
Cuando la enterraron el 30 de mayo de 1879, lo hicieron en la cripta subterránea de la capilla de san José, en el jardín del convento y no en el cementerio público. En las Actas del proceso de beatificación, una de las religiosas declaró que repetía frecuentemente la invocación: San José, dame la gracia de amar a Jesús y a María como ellos quieren ser amados. San José, ruega por mí y enséñame a rezar.

 
 Dice Santa Faustina Kowalska (1905-1938): San José me ha pedido tenerle una devoción continua. Él mismo me ha dicho que rece diariamente tres veces el Padrenuestro, Avemaría y Gloria y el “Acordaos” (que se reza en la Congregación). Me ha mirado con gran cordialidad y me ha hecho conocer lo mucho que apoya esta Obra (de la misericordia) y me ha prometido su ayuda especialísima y su protección. Rezo diariamente estas oraciones pedidas y siento su especial protección.



San Josemaría Escribá de Balaguer, el fundador del Opus Dei dice: Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y encontraréis a María, que llenó siempre de paz el amable taller de Nazaret.
- Rezad por mí, invocando como intercesores a nuestra Madre santa María y a san José, nuestro padre y señor, para que yo sea un sacerdote bueno y fiel.
- Si queréis un consejo, que repito incansablemente desde hace muchos años: Id a José (Gén 41, 55). Él os enseñará caminos concretos y modos humanos y divinos de acercarnos a Jesús. Tratándole se descubre que el santo patriarca es además maestro de vida interior, porque nos enseña a conocer a Jesús, a convivir con Él, a sabernos parte de la familia de Dios.
San José da esas lecciones siendo, como fue, un hombre corriente, un padre de familia, un trabajador, que se ganaba la vida con el esfuerzo de sus manos80.
Yo le llamo mi padre y Señor y, además, no me da vergüenza decir que lo quiero mucho.

Santa Teresa de Jesús es quizás la santa más conocida como gran devota de San José. Siendo de votos solemnes en el monasterio de la Encarnación de Ávila, estuvo cuatro días en coma en casa de su familia y todos pensaron que iba a morir.
Dice ella: Ya tenía día y medio abierta la sepultura en mi monasterio, esperando el cuerpo allá y hechas las honras en uno de nuestros conventos de frailes fuera de aquí, pero quiso el Señor tornase en mí (Vida 5, 10). La recuperación le costó tres largos años de sufrimiento. Pero se recuperó totalmente y esto se lo atribuía a san José.
Dice: - Tomé por abogado y señor al glorioso san José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así en esta necesidad como en otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío, me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado así del cuerpo como del alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, así en el cielo hace cuanto le pide... Querría yo persuadir a todos que fuesen devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios; no he conocido persona que de veras le sea devota y le haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud... Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que me ha hecho este glorioso santo a mí y a otras personas... Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso patriarca y tenerle devoción... Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará de camino... él hizo que pudiese levantarme y andar y no estar tullida (Vida 6, 6-8).
En el día de la Asunción (1561), estando en un monasterio de la Orden del glorioso santo Domingo... vínome un arrobamiento tan grande que casi me sacó fuera de mí... Parecióme que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me la vestía; después vi a Nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi padre san José al izquierdo... Díjome Nuestra Señora que le daba mucho contento que sirviera al glorioso san José, que creyese que lo que pretendía del monasterio se haría y en él se serviría mucho el Señor y ellos dos.
Una vez, estando en una necesidad que no sabía qué hacer ni con qué pagar unos oficiales, me apareció san José, mi verdadero padre y señor, y me dio a entender que no faltarían, que los concertase y así lo hice sin ninguna blanca, y el Señor, por maneras que espantaban a los que lo oían, me proveyó. Por eso, recomendaba encarecidamente a cada una de sus monjas: Aunque usted tenga muchos santos por abogados, séalo en particular de san José que alcanza mucho de Dios. Y les decía: Hijas, sean devotas de san José, que puede mucho.

Cuando nombraron a la Madre Teresa de Jesús Priora del convento de la Encarnación de Ávila, tuvo que recurrir a todos sus santos protectores para poder aquietar a las religiosas descontentas. En la silla de la Priora, colocó la imagen de la Virgen Nuestra Señora de la Clemencia, con las llaves del convento en las manos. El sitial de la subpriora estaba ocupado por una imagen de san José. Y dice ella misma: La víspera de san Sebastián (19 de enero de 1572) el primer año que vine a ser priora en la Encarnación, comenzando la Salve, vi en la silla prioral, adonde está puesta Nuestra Señora, bajar con gran multitud de ángeles la Madre de Dios y ponerse allí. A mi parecer, no vi la imagen entonces, sino esta Señora que digo. Estuvo así toda la Salve y me dijo: Bien acertaste en ponerme aquí. Yo estaré presente a las alabanzas que hicieren a mi Hijo y se las presentaré.
Dice el padre Jerónimo Gracián, gran amigo de santa Teresa de Jesús: Ella puso sobre la portería de todos sus monasterios que fundó, a Nuestra Señora y al glorioso san José; y en todas las fundaciones llevaba consigo una imagen de bulto de este glorioso santo, que ahora está en Ávila, llamándole fundador de esta Orden... Otras muchas cosas pudiera decir que han acaecido a esta misma Madre con el glorioso san José por haberla confesado y haber sido su prelado mucho tiempo.
Como se ve por los escritos de Santa Teresa, trataba a san José como a un verdadero padre. Y lo llamaba frecuentemente mi padre y señor san José, mi verdadero padre y señor, mi padre san José, gloriosísimo padre nuestro san José, mi padre glorioso san José…



San Alberto Magno (1193-1280) dice que la utilidad del matrimonio de María y José para el mundo es para que todos los cristianos tengan a la Virgen por madre y a san José por padre de sus almas. Por eso, nosotros podemos llamar a san José nuestro padre, como lo han llamado muchos santos y nosotros podemos seguir su ejemplo.




El beato Juan XXIII, apenas elegido Papa, ordenó que en la basílica del Vaticano, el altar de san José fuera especialmente adornado y embellecido. En ese altar se celebra cada día una misa por la paz del mundo. Durante el concilio Vaticano II lo nombró patrono del concilio y estableció que en el canon romano de la misa, memorial perpetuo de la redención, se incluyera su nombre junto al de María, y antes de los apóstoles, de los sumos Pontífices y de los mártires.


 
El padre Esteban Gobi, un verdadero santo, fundador del Movimiento sacerdotal mariano, aprobado por la Iglesia, recibió un mensaje en el que le decía la Virgen María: José fue para mí un esposo casto y fiel, un colaborador inestimable de la custodia amorosa del Niño Jesús; silencioso y providente, trabajador, pendiente de que nunca nos faltara los medios necesarios para nuestra humana existencia, justo y fuerte en el diario cumplimiento de la misión a él confiada por el Padre celestial. ¡Con cuánto amor seguía cada día el admirable crecimiento de nuestro divino hijo Jesús! Y Jesús le correspondía con un afecto filial y profundo. ¡Cómo lo escuchaba y le obedecía, cómo lo consolaba y le ayudaba!... Imiten a mi amadísimo esposo José en su oración humilde y confiada, en el fatigoso trabajo, en su paciencia y en su gran bondad.


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